Por: Yan Carlos Romero Mancilla
Pueblo negro, norte del Cauca

Soy Yan Carlos Romero Mancilla, un hombre negro oriundo del municipio de Guachené, Cauca, hijo de Melba María Mancilla y Silvio Romero. Estudié Licenciatura en Ciencias Sociales. Como activista, investigador independiente, educador y aficionado a la poesía y las letras, entre mis objetivos está revindicar el legado africano y combatir el racismo y todas las formas de discriminación. Motivado por estos intereses me aventuré a escribir y reflexionar en torno a las manifestaciones del racismo. Los casos son extensos.

Anderson Arboleda, un joven negro de diecinueve años, oriundo de Puerto Tejada, Cauca, recibió un bolillazo a manos de un policía blanco que le rompió el cráneo. El golpe le generó la muerte cerebral. El asesinato de Anderson se dio el 19 de mayo del 2020, cinco días antes de la muerte del afroamericano George Floyd, también a manos de la policía.

Mario, rapero y productor musical, habitante del barrio Taller en el oriente de Cali, ha visto cómo se tiñe el suelo de rojo con la sangre de sus amigos de infancia, atrapados en una guerra que no tiene patas, ni cabeza, ni nada. La vida de los jóvenes está limitada al barrio, o a ciertos sectores del mismo. De atreverse a cruzar otras zonas pueden perder la vida a manos de bandas o grupos rivales. No hay mucho que hacer para granjearse una vida distinta, son rehenes de la desesperación.

Maira, joven escritora y estudiante de Sociología de la Universidad del Valle, nació el 16 de marzo del año 2000. Su madre sintió las contracciones, llegó al hospital de Palmira, donde no fue atendida, así que se dirigió al centro de salud del barrio Amaime. La negligencia médica también se hizo presente en tal centro; no recibió la ayuda que precisaba.

En ese lugar le atacaron las ganas de orinar y, en el baño, vio cómo entre sus piernas se descolgaba la cabeza de Maira. Allí nació, en el baño del puesto de salud. El caso de esta mujer ilustra la violencia obstétrica que viven muchas mujeres en Colombia. Infortunadamente son escasos los datos que revelen los impactos en las mujeres negras empobrecidas, pero sin duda forman parte del grupo más afectado junto a las mujeres indígenas.


¿Qué parecido tienen estas tres historias? La respuesta es simple: están atravesadas por el racismo estructural, que ha condenado a negros e indígenas a la muerte, la pobreza y el desprecio.

Según la publicación “La Pobreza en Colombia” de la Revista Semana, los departamentos más empobrecidos a diciembre del 2020 son: Chocó, Guajira y Cauca. ¡Qué curioso!, justo los departamentos con el mayor porcentaje de personas afrodescendientes e indígenas.

Las voces de denuncia, lucha y resistencia que reclaman una vida digna no se han hecho esperar ni han parado. Inundan el espacio y junto a las notas del tambor, la marimba y el guasá, se han quedado ancladas en el aire, negándose a morir, a no ser escuchadas. Pero las denuncias son como boomerangs, regresan a quienes las han lanzado.

Al emprender acciones que buscan ampliar la ciudadanía y hablar de racismo e inequidad social, las personas negras son acusadas de resentidas, de vivir en el pasado y de hablar de un racismo ya superado. Hay quienes van más lejos y afirman que los afrodescendientes son los verdaderos racistas, en otras palabras, quienes crean división y no permiten vivir en sociedad.

Mantener los privilegios es lo importante, significa no reconocer que el racismo sigue latente; se pasea por calles y plazas, centros comerciales y conjuntos residenciales, abraza cuanto existe, habita en los corazones de la gente, sobre todo la que se autodenomina “gente de bien”. Y no, no es sorpresa para quienes tienen el color de la tierra fértil que el racismo sigue vivo en el siglo XXI, porque no se destruye, solo se transforma. Lo que pasó con la vicepresidenta, Francia Márquez, primera mujer negra en ocupar ese puesto en la historia de Colombia, es un nítido ejemplo.

Durante su candidatura recibió cientos de ataques racistas, desde ser comparada con King Kong hasta ser tildada de guerrillera. Mucha gente ha cuestionado su experiencia política y capacidad para estar en el puesto, pero ¡a ver!, mujeres blancas como la saliente vicepresidenta, Martha Lucia Ramírez, no recibieron tantos cuestionamientos.

Nada de esto sorprende. En el pasado y en el presente, mujeres y hombres afrodescendientes y militantes del Movimiento Negro han tenido que remar a contra corriente en el río turbio y caudaloso que representa la estructura racista blanca colombiana, dispuesta a aniquilar lo distinto. Sin embargo, aquí se lucha por principios elementales, como el ser reconocidos como humanos y el respeto por la vida y el territorio.

En el largo camino de re-existencia social ha habido muchos tipos de líderes y lideresas, conocidos y anónimos, al igual que diversos movimientos. En ese terreno, el liderazgo es crucial. A propósito, Claudia Mosquera, profesora del Departamento de Trabajo Social de la Universidad Nacional de Colombia, señaló que no es posible encontrar un solo tipo de líder. No hay uno que sea mejor, cada quien tiene su campo. Pero para la maestra Mosquera, el líder afrodescendiente es quien tiene una conciencia muy desarrollada de su papel histórico, entiende la lucha por la ciudadanía que se ha emprendido desde hace siglos y comprende los efectos de la esclavización. Está dispuesto a que las personas negras alcancen vidas dignas, derechos culturales y colectivos y entiende que esto es un proceso colectivo, no un tema personal.

Lastimosamente, muchos líderes y lideresas afros han terminado instrumentalizando la lucha para su conveniencia y han convertido las reivindicaciones de todo un pueblo en un tema personal para conseguir beneficios económicos, materiales y sociales. Los pueblos no ven mayores mejoras de sus condiciones de vida, de ahí que sea imperioso la creación de nuevos liderazgos que sean sinceros.


También estamos delante de un campo repleto de egos. Mayra Fernanda, militante de la Asociación de Consejos Comunitarios del Norte del Cauca –ACONC–, mira con preocupación cómo creemos tener verdades absolutas y desconocemos los aportes de otras personas. Además, se pone por encima la formación académica. Ciertas personas opinan que ir a la academia es suficiente para liderar los espacios, de ahí que se menosprecie la experiencia.

Las mujeres negras son quienes se llevan la peor parte de la ecuación. El patriarcado ha echado raíces profundas. Los hombres no están dispuestos a renunciar a los privilegios, siempre son los protagonistas, las caras visibles en las organizaciones. Los libros de historia que referencian personajes afrodescendientes están repletos de nombres masculinos. Poco o nada se sabe de la trayectoria de las mujeres, a quienes se les relega (en muchos casos) a funciones menores, o poco resaltan la gran tarea que adelantan. Las mujeres negras, más que nadie, son Ananse, la araña; un personaje principal de las leyendas del África Occidental, pues ellas son tejedoras de vida, médicas ancestrales, sabedoras y cantadoras, transmisoras de la cultura y los valores. Como dice un Proverbio africano: “si las mujeres bajaran los brazos, el cielo se caería”.

Las organizaciones sociales afrodescendientes mixtas no solo tienen el reto de ceder espacios, reconocer la centralidad de las mujeres negras dentro de la lucha, y dejar de proteger a los agresores (sobre todo sexuales) de mujeres al interior del mismo movimiento, sino también de lograr un trabajo desinteresado y articulado con otras organizaciones sociales.

La integrante de la Escuela Sociopolítica de la Asociación Casa Cultural El Chontaduro (Cali), Natalia Salazar, dice que los líderes debemos romper las lógicas patriarcales, la transfobia, el sexismo, la homofobia, pero también la cuestión clientelar, la politiquería, además del individualismo, para ir construyendo liderazgos democráticos más equitativos y que se reconozca la importancia de todas las personas al interior de las organizaciones.

El mayor de los retos que tienen los liderazgos afros y de otras militancias en un país como Colombia es preservar la vida. Construir murallas ante quienes insisten en arrancar las raíces de la existencia, al tiempo que siembran semillas de resistencia. Las lideresas y líderes deben heredar las luchas a los renacientes, con amor, fuerza y desinterés. Dejar huellas en el camino y crear unidad. En últimas, manda el Proverbio: “Cuando la manada está unida el león se acuesta con hambre”.

Poética

Al igual que José Saramago “escribo porque no me gusta el mundo donde estoy viviendo”. La poesía, mi poesía es el bálsamo con el que curo mis heridas, deseo y creo un mundo distinto. Esas palabras o historias, como decía el nigeriano Chinua Achebe, pueden ser usadas para dar poder y humanizar. Mis letras persiguen recuperar esa dignidad rota de los de abajo, sobre todo de las hijas e hijos de África.

Re-existir

Trataron de cortarnos la lengua,
poblarla de silencios y encadenar
los cuerpos para que olvidaran la libertad.

Los dioses africanos fueron crucificados,
mientras el látigo del blanco
intentaba domesticar las almas negras.

Sobre las mentes se vertieron ideas color nieve,
las venas de carbón fueron apuñaladas.
La ceiba, el árbol sagrado de los africanos, fue cortado.

Pero la fuerza no nos abandonó,
echó raíces profundas.
Y hoy el sonido del tambor inunda el aire
y los cuerpos se vuelven olas.

La sangre es un río bravo que se desborda.
Sobre las cabezas alumbra el sol trayendo la primavera
al tiempo que un bosque de ceibas florece.

Los dioses y los muertos derribaron la cruz.
Caminan a nuestro lado.
Llenan de rebeldía el alma
y sin miedos ni ataduras los puños se elevan al cielo.
Y las voces de las ancestras, los ancestros,
resuena en nuestra memoria…