Por: Yoslani Gutierrez, Melizza Quinayás, estudiantes de Comunicación
Propia (Universidad Autónoma Indígena Intercultural –UAIIN–)
y Antonio Palechor Arévalo, comunicador indígena

Pueblo yanakona

Indígenas ingas, yanakonas y emberas chamí de la Bota Caucana, cuentan la historia de sus luchas por la supervivencia en el territorio y por ingresar al CRIC.

Mientras arreglaban los cambuches de dormir para retornar a casa, hombres y mujeres de la media y baja Bota Caucana dejaban escapar sus lágrimas con rabia y tristeza porque, una vez más, su intento por hacer parte oficialmente del Consejo Regional Indígena del Cauca se aplazaba, pese a tener su aprobación desde el XV Congreso realizado en el resguardo de Rioblanco, entre el 25 y el 30 de junio del 2017.

Cuatro años después, en el XVI Congreso en Mosoco,

en el municipio de Páez, que sesionó entre el 7 y el 11 de agosto del 2021, la historia se repetía y se anunciaba la revisión de esa petición en un periodo de seis meses. Fue toda una lucha obtener ese reconocimiento, recuerda Cristobal Bahos, consejero mayor de la Asociación de Cabildos Indígenas de los municipios de Santa Rosa y Piamonte, también conocida como la Zona Diez o Tandachiriduwasi, que en idioma kichwa ingano significa: “todos en un mismo territorio”.


Esta historia comenzó hace más de doscientos años, cuando llegaron los primeros pobladores a la baja Bota Caucana, unos en busca de nuevos territorios por la estrechez en que vivían en sus zonas de origen, otros huyendo de la violencia y otros en la aventura de buscar nuevas formas de vida.

 Son indígenas de las etnias inga, yanakona, nasa y embera chamí, que poco a poco se agruparon en Juntas de Acción Comunal, luego en cabildos, constituyeron resguardos y ahora en la Asociación que los representa. “La hierba y los árboles eran diferentes, había unas palmas muy altas con unas pepas rojas y verdes, se trataba del chontaduro que en nuestras tierras del macizo colombiano no existen”, afirma doña Adelinda Quinayás, al contar la forma como llegaron a tierras de la Bota Caucana.

Adelinda, una mayora con la tez cobriza y ajada por el paso de los años, llegó por carretera en 1977 al territorio de Santa Marta, utilizando la vía Almaguer-El Bordo-Pasto y Mocoa. La vía desde Pasto hasta Mocoa era una trocha con muchos abismos, por lo que a partir de allí le tocó caminar; no sabían que después de salir del Macizo Colombiano retornaban al mismo departamento del Cauca pero por otra ruta.

Otros lo hicieron tomando la ruta San Sebastián-Santiago y Santa Rosa, para luego tomar un camino de herradura que conduce hasta el sitio Descanse, hoy perteneciente a las comunidades indígenas yanakonas. Desde allí bajaron a Yunguillo, un resguardo inga, luego hasta al municipio de Mocoa, en el Putumayo, para finalmente retornar al departamento del Cauca por la ribera oriental del río Caquetá.

Estas dos rutas las hicieron los comuneros yanakonas, especialmente los del resguardo de Kakiona, en el municipio de Almaguer; las familias de don Libio Chicangana, de Gumercindo y de Gentil Quinayás, entre otras. De estos grupos familiares, unos se quedaron en el sitio Descanse, ubicado a unas doce horas a pie hasta la cabecera municipal de Santa Rosa y a similar distancia de Mocoa, mientras que otros llegaron a la vereda Santa Marta, donde encontraron tierras a precios económicos para reiniciar una nueva vida.

Comenta don Libio Chicangana, quien fue uno de los primeros en llegar a ese nuevo territorio:

“Fue muy difícil porque aquí, aunque la tierra era bastante, no producía lo mismo que en Kakiona. Acá la tierra da cosecha unos tres años y después toca dejarla. En cambio, en Kakiona se siembra y se cosecha todo el tiempo”.

Ellos emigraron de su territorio debido a la violencia:

“Había mucha violencia, la gente empezó a matarse, a robarse el maíz o el café en la mata; por eso, en 1977, Santos Majín, Víctor Chicangana, Conrrado Chicangana y Noé Chicangana determinamos salir con las familias hacia la vereda Santa Marta”,

Dice don Gumercindo Chicangana, quien asegura que todo lo que han logrado ha sido el fruto del esfuerzo y el sacrificio en medio de la pobreza.

“En 1991, en medio de una fiesta tradicional, tuvimos un problema con el Cabildo de Mocoa, y un señor que se llamaba Julio Juajibioy nos orientó para que conformáramos un cabildo propio, cuando no sabíamos ni siquiera a qué etnia pertenecíamos. Para conformar el resguardo, don Sabas Quinayás, que era inspector de policía, colaboró en conseguir las fincas, aunque después se retiró para convertirse en colono y hasta nos quería tumbar la resolución de reconocimiento”,

Recuerda don Gumercindo, primer gobernador de Santa Marta.

Por su parte, los integrantes del pueblo inga, que hacen parte de la zona Tandachiriduwasi, llegaron inicialmente del Ecuador –hace aproximadamente doscientos años–, unos por la zona andina y otros por la parte plana. Al territorio de la Bota Caucana lo hicieron hacia 1920. El ingreso lo hicieron por caminos de herradura desde el Valle de Sibundoy hasta Mocoa, en el departamento del Putumayo, luego por trochas hasta el río Caquetá, que delimitan con los departamentos de Cauca y Putumayo. Unos caminaron por la ribera del río y otros se aventuraron en balsas elaboradas con madera que

impulsaban con palos hasta llegar al territorio que en esos tiempos se llamaba El Coquero, ubicado sobre la ribera del río Caquetá, a trece kilómetros en la vía que de la comunidad de Condagua conduce a Yunguillo, en el departamento del Putumayo. Los primeros en llegar fueron Narciso Mutumbajoy y su esposa Josefa Chindoy, Apolonia Mutumbajoy, Buenaventura Mutumbajoy, Elías Mutumbajoy e Israel Becerra; recuerda Ivan Chindoy, quien nos habla mientras intenta atrapar un sábalo para el almuerzo en aguas del río Caquetá.

“Al principio vivían de la cacería y la pesca, luego optaron por dedicarse a la agricultura sembrando plátano, chiro, yuca y rascadera. Celebraban el carnaval en el mes de febrero, en una fecha impuesta, porque la verdadera se hacía en el mes de junio”,

Afirma Iván Chindoy, quien ha heredado esta información de sus ancestros.

El primer intento organizativo lo hicieron en 1982 con el apoyo de la Prefectura Apostólica, con la creación de una escuela para atender a los niños. La construcción de la sede se hizo al otro lado del río, siendo Angel Mojomboy su primer director. Iván Chindoy comentó que

“la puesta en marcha de la escuela también originó el cambio de nombre de El Coquero por el de Tandarido, que significa unidad. Algunas personas creían que se le llamaba El Coquero porque cultivaban coca y por eso se hizo ese cambio”.

En 1989, cuando una niña estuvo a punto de morir en el naufragio de una balsa, se determinó el cambio de lugar de la escuela. Una de las principales dificultades para la comunidad es el paso de caudalosos ríos a través de cables de acero, de los cuales se cuelgan con una manila que denominan “tarabitas”. Ese mismo año se empezó a pensar en la creación de un cabildo dependiente del resguardo de Yunguillo. La iniciativa se concretó en 1990, cuando Víctor Chindoy fue elegido primer gobernador. Pasaron por ese cargo varios dirigentes comunitarios que se unieron a la iniciativa de crear una Asociación de Cabildos para luchar unidos por su territorio.

Nuevas familias de este territorio crearon otro cabildo dependiente de Yunguillo al que denominaron San Carlos. Lo mismo hicieron los pobladores de Mandiyaco, quienes ingresaron primero por el río Caquetá y luego por el río Mandiyaco hasta asentarse en medio de la selva húmeda, al igual que los comuneros de la comunidad de Sumayuyay y Richarikuna. Estos últimos, ubicados en la ruta de Mocoa a Pitalito, llegaron al territorio por carretera, siendo una de las comunidades recientemente conformadas que cuentan con su respectivo cabildo.

Una historia muy parecida tienen los comuneros ingas del resguardo de Mandiyaco. Allí, las cuatro primeras familias que habían llegado hacia 1930, permanecieron bajo la orientación de una Junta de Acción Comunal hasta 1992, cuando se organizan como cabildo, eligiendo a Gabriel Garreta como su primer gobernador. Luego vendría una lucha permanente para obtener el reconocimiento oficial que por fin se logró con la Resolución 006 del 22 de julio del 2005, del Ministerio del Interior.

Por su parte, la comunidad embera chamí procede del centro-occidente del país. Ella llegó al municipio de Piamonte hace unos seis años, huyendo de la ola de violencia que se presentaba en la zona rural del departamento de Caldas. “Inicialmente mataron a varios familiares, luego a mi esposo y las amenazas se mantenían contra todas las familias”, cuenta Graciela Aciágame, quien explicó que a través de una amistad de Piamonte determinaron aventurarse a vivir en una región totalmente desconocida.

“Vendimos algunas de las cosas y con esa plata llegamos a Piamonte, donde compramos una tierrita para vivir. Allí algunos vecinos nos dieron posada mientras nos ubicábamos y ahora ya estamos organizados en comunidad”.

Los embera chamí se integraron primero a la Asociación de Cabildos y luego al Consejo Regional Indígena del Cauca en un proceso iniciado por ingas de Mandiyaco y yanakonas de Santa Marta, gracias a su colindancia y a compartir dificultades y potencialidades.

Hacia 1989, en Santa Marta, y con el fin de obtener apoyo para la atención médica, la comunidad determinó sumarse al cabildo Kamentzá, de Mocoa, donde permanecieron cuatro años haciendo parte de la Organización Zonal Indígena del Putumayo. De allí se retiraron por diferencias de origen étnico y otras discrepancias surgidas con las directivas en el manejo de las ayudas que llegaron para sus filiales.

Tomaron entonces la decisión de luchar por un cabildo propio, algo que finalmente lograron en 1991. Gumercindo Quinayás Astudillo, quien ya se había desempeñado como presidente de la Junta de Acción Comunal, fue elegido su primer gobernador. Desde entonces, hicieron parte del Cabildo Mayor del pueblo yanakona y del Consejo Regional Indígena del Cauca; sin embargo, al estar muy distantes de los territorios ancestrales yanakonas, en el Macizo Colombiano, tenían poca relación con sus comunidades de origen.

Años después, ante las amenazas latentes, gobernadores y dirigentes de los cabildos constituidos empezaron a juntarse para defender el territorio. Una de estas amenazas era el plan de exploración y explotación de yacimientos petroleros y minerales preciosos que existen en la región. Fue el inicio de actividades por parte de Ecopetrol en la zona limítrofe entre los resguardos de Santa Marta y Mandiyaco lo que motivó a estrechar las relaciones entre estas dos comunidades.

De allí surgió la idea de conformar una Asociación de Cabildos del municipio de Santa Rosa, para enfrentar estos y otros problemas que tiene la región. Luego de muchas reuniones y conversaciones al interior de cada comunidad lograron constituir la Asociación. Entre tanto, se iniciaban las conversaciones para que este grupo de cabildos, ocho en total, que desde sus comienzos ya participaban en las actividades convocadas por la organización, fueran aceptados oficialmente como parte del Consejo Regional Indígena del Cauca. Inicialmente, la asociación se conformó con los cabildos yanakonas de Santa Marta y Descanse, así como los inga de Mandiyaco, Sumayuyay, Richarikuna, Tandarido, San Carlos y San José de Descanse. Posteriormente, desde el municipio de Piamonte solicitaron su inclusión los cabildos inga Alto Suspizacha y Cauca Papungo, así como emberá chamí y nasa de Bajo Suspizacha. En Piamonte existen también los cabildos de San Gabriel, Ambiwasi, Aukawasi, San José del Inchiyaco, Sindagua, La Floresta-La Española, Las Brisas, San Rafael, Guayuyaco, Musurrunakuna, La Leona, Aguaditas y Wasipanga que no hacen parte de la Asociación ni pertenecen al CRIC. De estos, el primero en hacer parte del CRIC fue el de Guayuyaco a mediados de la década de los ochenta, haciendo presencia en congresos y juntas directivas, pero ante el cambio de directivos locales esta relación no continuó, además, porque los cabildos de la región tenían relaciones más estrechas con la organización regional del Putumayo por su cercanía geográfica. Los cuatro cabildos vinculados al CRIC son los que fueron creados en esta última década y lo hicieron al lado de la organización de Santa Rosa o ya tenían alguna vinculación como el caso de los nasa y los embera, comentan directivos de la zona Tandachiriduwasi.


Dirigentes como Gentil Quinayás, quien en varias ocasiones fue gobernador; Gilberto Chicangana, María Elena Quinayás, Ovidio Pizares, Libio Chicangana, de Santa Marta; así como Héctor Fabián Garreta, de Mandiyaco; Sinforoso Chindoy, de Richarikuna; Nelson Botina, de Descanse; Iván Chindoy, de Tandarido, Luz Ayda Muchavisoy, de Sumayuyay, entre tantos otros, empezaron en firme esa tarea y fue así que en el XV Congreso celebrado en junio del 2017 en el resguardo de Rioblanco, Sotará, solicitaron oficialmente su ingreso al CRIC. Su propuesta fue aprobada unánimemente por las autoridades participantes, por lo que el congreso definió que en un lapso de seis meses se revisarían los detalles para oficializar el ingreso, así como la designación de un consejero para esa zona. Sin embargo, pasaron dos años y, aunque hubo una junta directiva ampliada para el cambio de consejería, no se cumplió con el compromiso.

Mientras tanto, la Asociación nombró una nueva directiva y algunos consejeros hicieron exigencias para ingresar al CRIC, como la de tener censos de población, estudios socioeconómicos, planes de vida de los resguardos, un plan de vida de la Asociación, su legalización y hasta el perfil de quien debía ser designado como consejero. Todos los requisitos se habían cumplido y en la Asociación Tandachiriduwasi se preguntaban si a todas las asociaciones le habían pedido toda esa documentación para ingresar a la organización.

Pasaron cuatro años y solo fue en agosto del 2021, en el XVI Congreso realizado en territorio de Mosoco, en el municipio de Páez, donde se retornó con la petición de ingreso al CRIC. Allí, el Cabildo Mayor yanakona aseguró que eso no era posible por cuanto dos de los cabildos de la Asociación, o de la Zona Diez, pertenecían formalmente al Cabildo Mayor del pueblo yanakona, y que para hacer parte de dicha zona tendrían que retirarse del Cabildo Mayor. Los comuneros de la Bota Caucana interpretaron esta respuesta como una petición a “dejar de ser yanakonas”, por lo que no estaban dispuestos a renunciar. Preguntaron entonces los dirigentes de Tandachiriduwasi por qué les colocaban esa condición, cuando había otras zonas que tenían hasta cinco pueblos indígenas diferentes. Hubo momentos de tensión, ingas y yanakonas, al igual que nasas y emberas, conversaron al interior del recinto con cara de disgusto.
Las autoridades de la Asociación de Cabildos de Santa Rosa y Piamonte se reunieron de forma rápida y Cristobal Bahos tomó la vocería por los resguardos yanakonas de Santa Marta y Descanse, manifestando que ellos se retiraban de esa solicitud colectiva para que se aceptara con los restantes cabildos. Así se solucionó el problema, los congresistas aprobaron esa determinación y de inmediato la Zona Diez presentó su Consejero: Héctor Fabián Garreta, del pueblo inga, reconocido por su trabajo organizativo como gobernador, como gestor de la Asociación de Cabildos y como sabedor espiritual.

Los aplausos no se hicieron esperar. Por fin, después de las discusiones, de los rostros de rabia, de los momentos de desesperanza, la zona Tandachiriduwasi habían logrado su objetivo: oficialmente habían sido aceptados como miembros del Consejo Regional Indígena del Cauca; y ahora, junto a 139 cabildos filiales y las doce Asociaciones de Cabildos eran parte de la principal organización indígena del país.

Hoy las cosas siguen su marcha, las comunidades siguen en su trabajo organizativo y esa etapa desafortunada ha quedado atrás. Al recordar lo ocurrido, Gilberto Chicangana nos dice:

“se pensaba en la posibilidad de organizarnos con el pueblo inga, también con las comunidades del pueblo embera y nasa, pero se sigue trabajando con este proceso. A las autoridades del pueblo yanakona siempre se les ha dicho que por pertenecer u organizarnos acá en la media Bota Caucana no vamos dejar de ser yanakonas y tampoco vamos a olvidarnos de los principios yanakonas”.

Entre tanto, Cristóbal Bahos apunta que de la hermandad entre Mandiyaco y Santa Marta, articulando pensamiento, unidad y organización, empezaron a sumarse otras comunidades y otros pueblos para constituir la Asociación de Cabildos Indígenas de Santa Rosa Cauca –ACINISCA–, la Asociación de Cabildos Indígenas del municipio de Santa Rosa Cauca –ACIMSCA– y, posteriormente, la Asociación de Cabildos Indígenas de los municipios de Santa Rosa y Piamonte, Cauca, –ACIMSCAP–, logrando un impacto positivo, trabajando unidos con la comunidad bajo los principios de respeto, tolerancia y perdón.

“Entendemos que no es fácil, que hay diferencias, que cada pueblo tiene su manera de pensar, pero concluimos que como no tenían en cuenta nuestros derechos, conversamos en la tulpa por medio del remedio. Los docentes fueron piezas claves para poder organizarnos. Así fuimos sumando mandatos de asociación con doce autoridades para hoy contar con la zona Tandachiriduwasi”.

Pese a las dificultades presentadas a lo largo de estos años, Cristóbal Bahos mira optimista hacia la serranía de los Churumbelos para agradecer al CRIC por el apoyo dado: “hoy tenemos nuestro representante y estaremos en pie trabajando y apoyando el proceso”.

Título: Zona Diez: pueblos indígenas de la Amazonía caucana
Descripción: Esta historia comenzó hace más de doscientos años, cuando llegaron los primeros pobladores a la baja Bota Caucana, unos en busca de nuevos territorios por la estrechez en que vivían en sus zonas de origen, otros huyendo de la violencia y otros en la aventura de buscar nuevas formas de vida. Indígenas ingas, yanakonas y emberas chamí de la Bota Caucana, cuentan la historia de sus luchas por la supervivencia en el territorio y por ingresar al CRIC.
Autores: Yoslani Gutierrez, Melizza Quinayás, Antonio Palechor Arévalo – Pueblo Yanakona
Edición: Didier Palechor – Pueblo Yanakona
Proyecto multimedia de la séptima edición de la Revista Unidad Alvaro Ulcué