Untak kuan mu merik keik (amar sin despreciar): defender mi identidad sexual es también un proceso de resistencia.

Por: Andrea Gomajoa, Arles Yulian Calambás Tenebuel,
Eliana Marcela Sánchez Anacona y Maria Serna

Pueblo inga, pueblo misak, pueblo yanakona

El bastón no tiene género, no es mujer ni hombre,
es una fuerza de autoridad en sí misma que toda la comunidad reconoce.
Y como no tiene género, quienes lo reciben le asignan uno,
el hombre que lo toma le dice “mi mujer”,
la mujer que lo toma lo nombra “mi esposo”.
Por eso, cuando la comunidad se reunió
para mirar quién era capaz de ejercer el cargo,
un Taita me nombró para que yo fuera su representante de la zona.
Allí fue donde se me dio el bastón que llevé conmigo a todas partes,
yo lo tomé por marido.

Arles Yulian Calambás Tenebuel

El silenciamiento de las memorias y sabidurías ancestrales se ha ejercido a través de la imposición del pensamiento patriarcal que pretendió el borramiento de nuestras culturas y el saqueo de nuestros territorios. Como pueblos originarios hemos resistido a esta violencia a través de la liberación de nuestro pensamiento, la recuperación del territorio y la sanación de la herida colonial.

Como parte de este ejercicio de resistencia, queremos en esta ocasión dar voz a la memoria ancestral de los pueblos originarios que habla del origen diverso de la vida y que nos enseña a reconocer la diversidad sexual como un derecho legítimo y no como síntoma de una enfermedad o desarmonía espiritual.


La diversidad de género como lucha y resistencia dentro de los pueblos originarios

Mi nombre es Arles Yulian Calambás Tenebuel, tengo diecinueve años, soy indígena misak del resguardo guambiano de La María, Piendamó. Me gradué del colegio en el 2019 y en el 2020 mi comunidad me eligió como tata secretario de la zona Los Arados.

Cuando la comunidad me eligió, lo primero que vino a mi mente fue una pregunta: ¿cómo será mi bastón?, ya que este me acompañaría en todos los procesos de lucha del pueblo misak. El pөrөktsik (bastón de mando) es para nosotros un espíritu sagrado. Por ello, la costumbre en mi pueblo es que cuando alguien es convertido en autoridad, debe ir con un acompañante. Si lo recibe una mujer, esta va acompañada con su compañero “tata”; y si lo recibe el hombre, este debe ir con su compañera “mama”.

Esa situación me inquietaba mucho, pues ¿cómo sería esto para mí? Contrario a la costumbre, yo quería ir acompañado de mi tata, o sea de un hombre. Pero tenía miedo de que, de hacerlo así, quizás la comunidad me señalaría. No podía recibir el bastón con mentiras, es decir, que yo sabía que el bastón para mí sería mi marido o mi pareja con espíritu hombre.
En ese momento, apenas tenía dieciséis años y no contaba con mi mamá. Ella me dijo que no me iba a apoyar en ese asunto de la autoridad, que fuera solo. Yo tenía miedo a equivocarme, a no poder cumplir con el mandato de mi comunidad y esa inseguridad se reforzaba por mi condición diversa.

Finalmente, acepté ser autoridad de mi zona porque quería aprender más de las luchas de mi pueblo. Un tata tiene mucha responsabilidad política y administrativa y ese era mi más grande temor, pues tenía miedo de la reacción de las demás autoridades con el tema de mi sexualidad.

Ese miedo me impidió ir acompañado a la ceremonia de posesión tal como yo sentía que debía hacerlo. A última hora, mi mamá cambió de decisión, dijo que iba a acompañarme ese día y todo el año que duraba mi mandato como autoridad. Mi abuela materna le hizo caer en cuenta que era su responsabilidad acompañarme en la ceremonia ya que yo no tenía pareja.
Fuimos a la ceremonia todas las autoridades electas para el nuevo año. La ceremonia comienza con una reunión en la casa del nuevo gobernador, donde se espera la llegada de las autoridades. La familia del nuevo gobernador prepara los alimentos para todos los asistentes, también llegan los músicos paløpa luspa (flauta y tambor) y los taitas y mamas ofrecen sus consejos para que las nuevas autoridades puedan gobernar con armonía el territorio. Luego de esto nos trasladamos a la casa del cabildo, mujeres a la derecha y hombres a la izquierda desfilan hasta llegar a la casa donde se hará la ceremonia de posesión. Las autoridades salientes esperan allí con el mismo orden del desfile, reciben a las nuevas autoridades del territorio y los llevan a una habitación donde les dan los mejores platos de comida.

Recibí el bastón que me dieron las autoridades: un bastón hembra. Para ese momento yo había aceptado que no podía cambiar la costumbre de las autoridades. Lo recibí con mucho respeto, aceptando la responsabilidad que ahora tenía con mi comunidad y con la naturaleza. Después de recibir el bastón sabía que me había comprometido con la comunidad.


Pero como he escuchado a las mamas mera y tatas mera, la diversidad se encuentra en la naturaleza y nosotros somos también parte de la naturaleza, por ende, también somos diversos como lo dice la Ley Misak. Por esta razón, dos días después de la posesión, con todo respeto guardé en mi casa el bastón hembra que se me había dado, y fui al resguardo de Guambiá –de dónde todos venimos, pues es nuestra madre y allí están los sitios sagrados y está gran parte de los taitas que elaboran el bastón de autoridad– y cambié mi bastón por uno acorde a mi sentir y a lo que yo deseaba. Ese bastón fue el que finalmente me acompañó durante todo el año 2020 en que ejercí como autoridad.

Durante ese año mi mamá fue mi mayor apoyo. Aunque yo me sentía triste porque no podía hablar abiertamente de mi sexualidad, ni cuando algunas autoridades decían que era algo normal y mucho menos delante de aquellas que decían que no era algo normal, que era algo raro que rompía nuestra Ley Misak o el mananasrөnkutrik mananasrөnkatik (desde ahora y para siempre) y el pinshintөwaramik (buen vivir). Quienes así pensaban me provocaban miedo por el odio que mostraban. Solo escucharlos me hacía temer a que me castigaran de la manera espiritual con el mөrөpik (médico tradicional), según nuestros usos y costumbres.

Ahora que he crecido un poco y he vivido la experiencia de ejercer como autoridad, tengo el valor para decir que en mi sentir y en mi pensar soy un joven perteneciente a la comunidad LGBTIQ+. Y también como misak que interpreta los cuatro principios misak-misak fundamentales para nosotros, puedo afirmar que dentro de la comunidad del resguardo misak de la María, Piendamó, los comuneros no pueden expresar libremente su opción sexual. Esta situación me llevó durante mucho tiempo a tener que esconder quién soy, qué siento y qué pienso. Siempre fue así, e incluso cuando en la comunidad me nombraron autoridad del resguardo me decían que debía esconderme y aparentar algo que no soy y que nada tiene que ver conmigo.

Toda esta experiencia me ha fortalecido espiritualmente, me ha llevado a darme cuenta del daño que he sufrido al ocultarme y sufrir solo en la oscuridad. Por eso decidí que esto tenía que terminar, cansado como estaba de ser alguien que no era yo. Con más razón, con el cargo que me dio mi comunidad, tenía que ser yo mismo.

Mi mensaje para mi pueblo es que todos nosotros aprendamos mucho de esto: untak kuan mu merik keik, “amar sin despreciar” a los demás. El hecho de pensar y amar diferente no nos hace menos personas. Nosotros no elegimos ser gais, nacimos gais, es algo que la naturaleza nos ha dado, pues ella también es diversa. Así mismo, el origen de nosotros los misak, el pishimisak, es al mismo tiempo él y ella. Es decir, él también es diverso aunque nosotros le decimos padre o creador.
Ser diverso no puede seguir siendo considerado en nuestras comunidades como algo negativo. Es solo un sentir, un pensar y un actuar que la misma naturaleza nos ha dado desde su sabiduría creadora. Asimismo, podemos entender la diversidad con el doble espiral que tenemos nosotros los misak, donde el caminar de la mujer y el caminar del hombre tienen un inicio, pero no un final. Ese es el caminar. Desde el ombligo caminamos hasta la mitad de esa doble espiral, donde no morimos, sino que vamos a un espacio diferente. Nuestro territorio también nos habla de la diversidad del misak. La laguna Piendamó y Ñimpe están separadas, pero cuando hubo la avalancha se unieron y se formó el río Piendamó. Por eso siento que el agua es el ser que representa la complementariedad.


Taita Miguel Tróchez: el bastón no tiene género

Mi nombre es Miguel Tróchez, vivo en la vereda La Esmeralda, municipio de Piendamó, desde hace dieciséis años. En 2004, fui secretario zonal del resguardo misak Piscitau, en Piendamó. Pertenezco al grupo de investigación Recolectando la Memoria Histórica del Pueblo Misak en Piendamó, y fui auxiliar pedagógico en el Programa Numisak del resguardo, en el año 2020. Mi experiencia de vida como investigador me ha aportado importantes elementos para avanzar en la comprensión de las luchas de género al interior de nuestro resguardo.

Tal vez el primer y más relevante aspecto a mencionar aquí es que el bastón no tiene género, es más un símbolo de mando de administración de un resguardo, así que el género lo ponemos nosotros. Al igual que el bastón, la palabra misak tampoco tiene género: misak, nasa o embera quiere decir gente o persona, no es una palabra asociada a género alguno. Lo mismo ocurre con la espiral, porque la espiral es el ir y venir de ser misak desde el nacimiento hasta el día de su muerte, es un equilibrio entre las dos dualidades. Este tampoco tiene género, pues la espiral tiene el significado del equilibrio, y si tiene el equilibrio no hay desbalance al decir que se es hombre o mujer.

El pishimisak es para nosotros un ser supremo, lo que la cultura occidental entiende por Dios, pero si usted le pregunta a alguna persona si Dios es hombre o mujer, ninguno le va a poder responder. Dios simplemente no tiene sexo. Lo mismo pasa en la cultura misak, pishimiisak no tiene género definido, no es varón o hembra, simplemente es pishi, que es el equilibrio, y misak que es gente o persona, es el equilibrio de la gente o la persona.

La diversidad de género es una lucha dentro de las luchas de los pueblos originarios porque la mayoría de ellos tienen un sentido muy paternalista. Se ha logrado mucho para que las mujeres sean reconocidas. La mujer es la que más hace en una familia, la que se levanta a las cuatro de la mañana a hacer el desayuno, despachar los hijos, luego ir al trabajo, luego ir a hacer el almuerzo, igualmente va y trabaja con el marido en el lote, a echar pala, a desyerbar. Llega otra vez a la casa con los hijos a hacer la comida, lavar trastes, llega a atender al esposo, a los hijos que llegan del colegio. Y es la última que se acuesta, cuando ya tiene la cocina limpia otra vez. Mientras que el marido sólo es despertarse, desayunar, ir al trabajo, almorzar, descansar, en la tarde llegar a la casa y comer y ya.

Esa forma de vivir ha cambiado mucho en los últimos años. Ahora los hombres le están ayudando en la casa. La mujer no es la misma sumisa de antes, se ha empoderado mucho.

Dentro de la cultura misak, en noviembre, el mes de las ofrendas, se tiene un ritual que es muy bonito y muy autóctono, que es el baile de los disfraces, el yalø misrar, donde los hombres se disfrazan de mujer y las mujeres se disfrazan de hombre. Son bailes muy autóctonos donde se puede mirar esa diversidad que hay en el pueblo, en el pensamiento.

Los jóvenes que tienen ese pensamiento de no estar a gusto en su cuerpo se ven muy reprimidos. No hay quien los apoye ahora, a veces en los mismos cabildos, en las comunidades existe ese machismo que los discrimina. Hemos tenido casos donde los jóvenes han llegado al extremo de quitarse la vida. Pienso que no ha habido un apoyo por parte del cabildo, por parte de los entes de salud, ni desde la medicina occidental ni desde la medicina propia.

Para mí la diversidad de género es lo que uno siente, lo que uno vive, no todos somos iguales. Una vez un taita, un abuelito, me decía que no todos somos iguales ni aún dentro de la misma casa, ni el mismo cuerpo somos iguales. El taita me decía:

“mire los dedos de las manos, ninguno se parece a otro y están dentro de la misma mano. Los cinco dedos que tú tienes son todos distintos. Pero todos hacen falta, si hace falta un dedo pues simplemente va a haber un desequilibrio que va a interferir en muchas cosas”.

Hay que aprender a vivir con eso, hay que entender para que nos entiendan, porque hay veces que dentro de nuestra misma comunidad LGBT nosotros mismos nos discriminamos. La apariencia, la belleza física, por ejemplo, es un elemento discriminatorio que nos impide conocer a la persona por dentro. El ser se basa muchas veces solamente en lo físico. Allí hay un elemento discriminatorio que opera entre nosotros.

En la cosmovisión misak estamos superando el machismo, estamos superando el gobierno patriarcal que existía hace muchos años. Ahora la pelea que se tiene que dar dentro de las comunidades es para que nos entiendan y nos acepten, que sepan que nosotros existimos, que estamos aquí y que hacemos parte de las comunidades. Ese es un trabajo muy grande que debe empezar con los niños pequeños en el colegio, en las guarderías, enseñar al niño el respeto, enseñar el valor de las diferencias, que nadie es igual a nadie, pero que aún así todos merecemos respeto, todos necesitamos compartir con todos para poder subsistir. Si todos fuéramos iguales no habría diversidad y el mundo sería uniforme, homogéneo. Eso en verdad no existe. Yo siempre digo que si todos pensáramos igual el mundo sería muy aburrido, no habría nada de que discutir y nada de qué hablar.

Lastimosamente, en los resguardos, en las comunidades indígenas existe mucho machismo. Entre las mismas autoridades se encuentra esa mentalidad patriarcal. En la primera reunión un joven decía que él se había ido por eso, decidió abandonar la comunidad para marcharse a la ciudad porque aquí no tenía libertad. Eso pasa mucho, porque en las comunidades es muy duro sobrellevar ese estigma, es muy duro enfrentar las críticas, enfrentar la burla, enfrentar a toda la comunidad que son la familia, los vecinos, eso es muy duro. Yo creo que en este momento deberíamos cambiar eso. Comenzar a enseñarle a los niños que la diversidad también es un valor, que todos somos diferentes, que todos somos personas que sentimos, que lloramos, que reímos, que trabajamos y que le aportamos a la sociedad un granito de arena para sacar adelante esto que llamamos comunidad. Debemos enseñarles también que todos podemos ser grandes líderes y que vendrán otros que en el futuro van a aportar a la comunidad. Ese debe ser el principio del respeto hacia la diversidad.

Desde 1980, el pueblo misak ha comenzado esa lucha de descolonización del pensamiento, de recuperación de tierras, de ampliación del territorio. La consigna es recuperar la tierra para recuperarlo todo. Recuperar nuestra cosmovisión, recuperar nuestras tradiciones, nuestros usos y costumbres que se habían visto afectados por la influencia de la Iglesia. Dentro de ese proceso de recuperación está también la lucha de género. La inclusión de la diversidad de géneros para construir comunidad entre todos, porque no se trata de una ni dos personas, somos muchos los que estamos aquí dentro, entonces si se pudiera recuperar eso, si se pudiera incluir ese elemento dentro del plan de vida se ganaría mucho espacio.

Es importante recibir el apoyo de los mayores, porque si los pueblos originarios no empezamos con los mismos mayores, si los mismos mayores no nos dan ejemplo de ese respeto a la diversidad, no entendería cómo se va a ganar el respeto de la gente más joven, porque allí es donde se fundamenta cualquier sociedad: en el respeto. Incluir el tema de la diversidad sexual en el plan de vida del pueblo misak y de los otros pueblos sería muy importante, porque no se trata de un tema aislado, es un tema que se tiene que tratar todos los días. Hay que incluirlo y tratarlo para que las nuevas generaciones sientan más apoyo. Porque precisamente las personas que no han tenido apoyo, que no han sido comprendidas, acompañadas, son las que toman la decisión de suicidarse.