Por: Adriana Pizo Manquillo
Coordinadora de Comunicaciones Zona Centro
Pueblo Kokonuko.

Entre las historias y relatos del Resguardo Indígena de Puracé se encuentra la del pacto entre el diablo y Manuel María Mosquera Wallis, el creador de la hoy extinta empresa minera Industrias Puracé S.A.  Durante décadas en Puracé se explotó azufre, hoy se busca proteger el páramo y salvaguardar los bosques.

Entre los paisajes grises del páramo y una economía que poco a poco fue decayendo se cuenta la historia de la mina de azufre El Vinagre, ubicada en el resguardo indígena de Puracé, en la zona central del Departamento del Cauca. Una historia de más de setenta años, que en medio de los socavones cobró la vida de muchos mineros, según cuenta la leyenda por un pacto con el diablo. Sin embargo, detrás de esta historia fantástica se ocultan las brutales condiciones de explotación laboral a las que fueron sometidos los trabajadores de la mina, situación que durante décadas ha sido encubierta por una leyenda que solo ha servido para silenciar una terrible realidad de la que muy pocos se atreven a hablar.

En 1946, el ingeniero civil Manuel María Mosquera Wallis, acompañado por miembros de la comunidad indígena, realizó los primeros hallazgos. La historia ha establecido que Cornelio Pisso fue la persona que encontró las primeras piedras de azufre y –en su desconocimiento– se las entregó a Mosquera. “Es que mire lo pendejo que hemos sido, dizque servirle nosotros mismos de guiaderos por 30 centavos que era lo que nos pagaba el condenao… a Don Manuel uno le preguntaba que para qué era eso y él se quedaba callao o contaba cualquier cosa, menos que era azufre lo que estaba buscando”, recoge Edgar Arboleda en uno de los testimonios de su tesis de maestría titulada: “Modernización y crisis en escenarios sociales de autogestión: La experiencia de Emicauca SA en territorios del Cauca indígena” (2013).

Fue así como en la década de los cuarenta el Cabildo Indígena de Puracé realizó un contrato de arrendamiento con Manuel María Mosquera para dar inicio a la explotación del azufre, vendiendo la idea de progreso a los indígenas, quienes empujados por las condiciones de pobreza que imperaban en la región decidieron abandonar sus parcelas para irse a perforar las rocas.

El mayor y exgobernador del resguardo de Puracé, José María Bolaños, recuerda que la mina fue durante décadas la más importante fuente de ingreso de los puraceños, pues pasaron de ganarse un jornal a recibir pagos mensuales por su trabajo, que no era fácil, pues debían dinamitar, socavar el terreno y al principio cargar también a sus espaldas las rocas con el mineral. “Desafortunadamente nos dejamos llevar del modernismo. Hubo bastante perturbación, nadie quería saber de organización, se comenzó a hacerle el feo al Cabildo, porque tenían su salario mensual. Tenían abandonada la parcelita. Culturalmente, nos afectó mucho”.

Enrique Guauña, ex trabajador de la Mina y actual autoridad del resguardo de Puracé, en uno de los respiraderos de la Mina, 2021, Comunicaciones pueblo Kokonuko
Enrique Guauña, ex trabajador de la Mina y actual autoridad del resguardo de Puracé, en uno de los respiraderos de la Mina, 2021, Comunicaciones pueblo Kokonuko

En medio de las excavaciones, de la oscuridad de los socavones, del sonido de las calderas, se tejió la historia de un pacto entre el diablo y el creador de la mina. Un pacto que consistía en el intercambio de riqueza por vidas humanas, por lo que se atribuyen varias muertes a la misteriosa alianza. Pero detrás de este relato fantástico subsiste la despiadada experiencia de la explotación humana: los procesos de extracción del mineral a altas temperaturas y la producción de gases contaminantes que no solo generaron la muerte de decenas de trabajadores durante el período de actividad de la mina, sino que se han prolongado en el tiempo, por lo que actualmente muchos de los que sobrevivieron a la mina continúan padeciendo enfermedades relacionadas con su trabajo en ella. 

Enrique Guauña trabajó en la mina durante varios años, lo que le permitió conocer de cerca el duro trabajo al interior de los socavones, así como la historia del diablo y Mosquera Wallis que se tejió como narrativa fantástica para trasladar la responsabilidad de los verdaderos causantes de la explotación y muerte de los trabajadores indígenas hacia una figura  fantasmal. “Se decía que había ese pacto a cambio del azufre. De la riqueza que ofrecía el yacimiento podían morir dos o tres trabajadores al año. Y que yo sepa, en esa época murieron varios trabajadores en los incendios de la mina, por allá en 1978 y 1990. Esos fueron de los incendios más trágicos que hubo. Por uno de los filos de la mina se veía bajar un carro entre la una o dos de la mañana. Decían que era el patrón, que ya había subido a dejar la riqueza, pero que después volvía por la vida de algunos trabajadores”.

Los incendios que se generaban en la mina eran incontrolables, tanto que las llamas se extendían por la profundidad de las rocas que cada día y durante años habían sido cavadas para extraer el mineral. La presencia de los gases tóxicos, el fuego y las altas temperaturas se prolongaban días enteros, meses incluso, por lo que, en su momento, fue necesario recurrir a la fe que los puraceños le profesan al arcángel San Miguel, quien según la Iglesia Católica es el encargado de enfrentar al demonio.

En los años ochenta, cuenta Ariel Caldón, habitante del resguardo de Puracé y devoto de San Miguel, al mirar que nada podía controlar uno de los incendios se decidió realizar una procesión con el santo y, al llegar al lugar, de forma inexplicable las llamas fueron desapareciendo. “Es allí donde uno puede dar fe de que los milagros existen, porque recuerdo que al otro día el gas empezó a disminuir, los bomberos pudieron ingresar a los túneles y no encontraron fuego, decían que el gas era menos tóxico. Pasaron dos o tres días y todo volvió a la normalidad”.

Así fueron pasando los años, entre trabajos forzados e historias fantásticas alimentadas por creencias religiosas aprendidas, que vieron cómo la leyenda del diablo y San Miguel fue recorriendo cada rincón del territorio. Se dice que los escuchaban pelear cerca de la iglesia, en el centro poblado; e incluso hay una calle que se denomina la calle del Cacho, porque sus habitantes aseguran oír y ver al demonio pasar vestido de negro anunciando la muerte.

Con el transcurrir del tiempo, la comercialización del azufre se hizo cada vez más difícil, por sus altos costos de producción y por la aparición en el mercado del azufre petroquímico, un residuo de la producción del petróleo cuyos costos son mínimos. De esta manera, Industrias Puracé S.A. –conocida así hasta 1998, cuando tras perder toda utilidad económica fue transferida a manos de los indígenas– comenzó su decadencia hasta cerrar finalmente sus puertas en el año 2018, cuando fue aprobada en Colombia la Ley de Páramos, que impidió obtener la licencia ambiental para continuar con la extracción de azufre en la zona.

La explotación minera trajo consigo afectaciones ambientales notables, debido a los gases tóxicos, la contaminación auditiva y la devastación del territorio en una zona de páramo. La vegetación desapareció del lugar por décadas y muchas especies animales abandonaron el lugar para salvaguardar sus vidas. 

El renacer del territorio

Cauce del río Vinagre en su paso por la Mina, se logran observar pequeñas plantas que han iniciado su proceso de recuperación, 2021, Comunicaciones pueblo Kokonuko
Cauce del río Vinagre en su paso por la Mina, se logran observar pequeñas plantas que han iniciado su proceso de recuperación, 2021, Comunicaciones pueblo Kokonuko

En la actualidad esta historia de explotación humana y depredación ambiental busca ser cambiada. La destrucción ocasionada por la mina ha dado paso a una nueva conciencia ecológica. Así, los mensajes que en su momento aparecieron a través de incendios o hechos aparentemente inexplicables hoy podrían ser considerados como llamados desesperados de auxilio por parte de la naturaleza. Por ello, la explotación del azufre ha dejado de ser una opción, la prioridad ahora es la preservación de la naturaleza.  

En su momento, Industrias Puracé trajo consigo unas ideas de modernidad y progreso que fueron adoptadas casi de inmediato como algo novedoso en estas tierras, lo que alejó a la comunidad del trabajo colectivo y comunitario. Sin embargo, todos los esfuerzos se encuentran hoy concentrados en la recuperación de esa senda perdida, favoreciendo un renacer del territorio de Puracé. 

Enrique Guauña resalta que, tras el cierre de la mina, la comunidad indígena tomó la firme decisión de proteger el medio ambiente. “Si nos decían, no más minería en los páramos, había que obedecer, y más por naturaleza que por la normativa establecida por el Estado colombiano. Hoy en día los antiguos trabajadores estamos todavía en la mina, pero ya no como mineros, sino trabajando en proyectos que benefician a la comunidad en la parte ambiental, en la producción de agua”.

Una de las más graves afectaciones ecológicas generadas por la mina se produjo sobre las fuentes de agua, especialmente sobre el río Vinagre, que nace en las faldas del volcán Puracé. Puesto que el azufre, al entrar en contacto con el agua, se convierte en ácido sulfúrico, un químico extremadamente corrosivo, durante años en los alrededores de la mina se observó un paisaje desértico, similar al de la Luna.

María Paula Fernández, bióloga de la Universidad del Cauca y habitante del territorio menciona que muchas veces la naturaleza no necesita ser protegida, sino no ser molestada, “ella es resiliente, tiene la capacidad de recuperarse bastante rápido”. Sin embargo, menciona que las fuentes hídricas tomarán un tiempo bastante prolongado para recuperarse: “el río Vinagre en algún momento fue declarado, sino el más, uno de los más contaminados del mundo, pues ahí no se albergaba vida aparte de unas cuantas especies, que se adaptan a condiciones extremas, y nada de vegetación”.  

En Puracé ese proceso de recuperación se encuentra en curso. Han transcurrido seis años desde el cierre de la mina El Vinagre y ya se pueden observar en las riberas del río algunas plantas, helechos, musgos y arbustos que han iniciado un proceso de repoblamiento del paisaje.

Actualmente, los mineros han cambiado los picos, las palas, los cascos y overoles por cuadernos y lapiceros. Algunos se capacitan con ayuda de proyectos que han llegado al resguardo con el propósito de fortalecer el turismo. La mina es ahora un lugar donde se espera exista una ruta denominada “Corazón de azufre”, en la que los visitantes podrán conocer el proceso de extracción y producción del mineral, así como los beneficios y daños causados al territorio. Tal como reza el adagio: “quién no conoce su historia está condenado a repetirla”, en esta zona del Cauca se quiere dejar testimonio del pasado y fortalecer la escritura de un nuevo proceso. 

De esta manera, se busca que la naturaleza se convierta en escenario de aprendizaje. Se quiere mostrar cómo los páramos son generadores de vida y los mayores captadores de agua. Dice Fernández: “que los turistas también entiendan el valor de la naturaleza, el valor del páramo, el valor del agua. Que ellos aprendan de nosotros, porque en algún momento hicimos las cosas tan afanadamente que nunca se pensó en la naturaleza”.

A pesar de que la historia ha dejado ya numerosos registros de los abusos cometidos por la empresa minera contra las comunidades indígenas y contra el territorio de Puracé, la leyenda del pacto entre el diablo y Manuel María Mosquera sigue muy viva y hace parte de la historia de los puraceños. Muchos creen en la leyenda, y hay incluso quien asegura haber visto al diablo deambular por las calles, o haber vivido en carne propia cómo el pacto se cumplía a cabalidad. 

Mientras tanto, en la desolada infraestructura de la mina hoy solo habitan el frío y el silencio propios de estas tierras. Y para sorpresa de todos, poco a poco, la naturaleza comienza a mostrarse de nuevo. Tal vez, como el ave fénix, ella esté resurgiendo aquí de entre las cenizas. Es un proceso que tomará tiempo. Pero en medio de lo que un día fue un paisaje inhóspito, actualmente se pueden observar nuevas señales de vida. Y junto a ellas la aparición de una nueva generación que ha roto el maleficio, el viejo relato de muerte, desolación y superstición que durante décadas contaminó esta tierra, para asumir su papel como guardianes de las montañas y el páramo en Puracé.

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Entre los paisajes grises del páramo y una economía que poco a poco fue decayendo se cuenta la historia de la mina de azufre El Vinagre, ubicada en el resguardo indígena de Puracé, en la zona central del Departamento del Cauca. Una historia de más de setenta años, que en medio de los socavones cobró la vida de muchos mineros, a causa de las condiciones de explotación laboral a las que fueron sometidos. En la actualidad, esta historia de explotación humana y depredación ambiental busca ser cambiada. La destrucción ocasionada por la mina ha dado paso a una nueva conciencia ecológica. Por ello, la explotación del azufre ha dejado de ser una opción, la prioridad ahora es la preservación de la naturaleza. 
Producción: Comunicaciones pueblo Kokonuko